Ese día, al final del concierto; los gritos se escucharon con tanta fuerza que hubo necesidad de alzar la voz para hablar. El público hacía el milagro; Alejandra convertía un escenario en seducción, una interpretación en magia y un concierto en memoria.
No fue necesario decirlo; se escuchaba a través de nuestra sonrisa: “Volveremos a las Arenas, a los Auditorios, a los Teatros. Volveremos siempre a donde esté ella”. Lo prometimos llenos de confianza aquella noche del 8 de febrero de 2020.
Un mes después todo cambiaría. La cercanía provocaría espanto, las sonrisas como nunca antes se escondieron; el contacto social se convirtió en amenaza. Los bares, los restaurantes, las escuelas, las oficinas cerradas confirmarían la incertidumbre que como nunca antes invadió al mundo. Sí; al mundo.
Desaparecieron los abrazos y la proximidad de las voces. Empezaron los días de encierro y soledad. El 2020, el año que seguramente asociaremos con la palabra “pandemia”, “COVID19”, “Coronavirus”; el año de la separación social. Los planes se han vuelto inciertos.
Un lunes los celulares sonaron; Facebook lo anunció; las imágenes de Instagram lo confirmaban: Alejandra Guzmán cantará el 11 de julio.
Podría jurar que la mayoría de nosotros no tenía idea de lo que significaba un concierto “streaming”, pero era lo de menos. Inmersos en una insólita realidad, pude leer y escuchar decenas de respuestas irónicas frente al evento: “un concierto en pijama”, “un concierto en total soledad”, “¿vamos a cantar con cubrebocas?”, “¿será muy diferente a verla en Youtube?”. Por supuesto que no era lo mismo verla en Youtube que en un concierto en vivo y no hay necesidad de explicaciones, los fans sabemos que por supuesto no, no es lo mismo.
Compramos el boleto, eso era lo que realmente habría que hacer y eso es lo que hicimos. Esta vez no hubo prisa por la primera fila ni ese nerviosismo al seleccionar el mejor lugar y abandonar otros. No, no había nada de eso, aunque sí esa gran alteración del ánimo que solo nosotros entendemos.
¿Qué diablos era un “meet and greet”?, ¿qué era un general?, ¿qué era un “after party”? Leer con atención era difícil, uno es fan, siempre sé es fan. Compramos el más caro. En una sociedad como la nuestra sucede con frecuencia que lo más caro es lo mejor; ya después habría tiempo de investigar a fondo. No teníamos idea de este tipo de eventos, pero estuvimos listos, como siempre que se trata de ella lo estamos, siempre listos.
Con el boleto en la computadora solo era cuestión de esperar. Pero no, lo digo una vez más: los fanáticos no sabemos esperar. Días antes del evento algunos de nosotros compramos boletos para otros conciertos de otros artistas con tal de “ensayar” cómo tendríamos que conectarnos, cuánto tiempo nos llevaría hacerlo, con qué bocina se escucharía mejor, en qué pantalla la imagen sería más nítida, cómo sería el concierto. Y mientras veíamos a otros grupos y cantantes, en nuestra cabeza solo estaba ella, ella y la fecha en nuestro calendario: 11 de julio.
El 11 de julio llegó. Sé que hay quien no lo pudo evitar y con restricciones y los eternos autoengaños tomaron –o fingieron tomar– distancia y decidieron reunirse para verla. ¡Qué difícil descubrir aquello que tanto amamos sin poder compartirlo!
Otros, que ya desde días antes habían probado bocinas y pantallas, seleccionaron el mejor lugar y sintieron ese miedo tan característico que surge cuando no queremos ni movernos con tal de no desconectar algo.
Definitivamente no es un evento más, un evento de Alejandra Guzmán es el gran evento. ¡Nunca pensé vivir una cosa parecida, pero no puedo negar que aún en la distancia éramos nosotros, los mismos, los eternos, los fans!
Desde el comienzo del día estábamos preparados. Se acabaron las burlas. No habría más comentarios sobre el pijama que utilizaríamos para ver el evento. No, no, no. Era impensable. El momento era determinante en medio de esta crisis emocional, en medio de esta pandemia; y nosotros sabríamos darle la importancia adecuada. Ese día fuimos por las playeras de la “Reina de Corazones”, por la chamarra con las siglas “AG” en forma de diamante y, aunque nadie lo notara, nos bañamos, nos perfumamos y nos arreglamos porque La Guzmán es La Guzmán, de cerca, de lejos, en eventos masivos o en medio de un confinamiento: ¡Es ella!
A las 8 estábamos listos. Enviábamos nuestras fotos, sí, desde nuestra casa, pero con la misma emoción, la misma convicción y el mismo orgullo de admirar a una diva, a una mujer que no ha dejado de ser bella y se ha vuelto eterna.
Las cervezas para algunos, el mejor vino para otros, la botana, la pizza y el deseo vehemente convertido en súplica no cesaban: ¡Que no falle el Internet, que no llueva, que no se vaya a la mierda mi señal, por favor”!
Estar en casa esperando el momento justo para ver a La Guzmán me hizo recordar esos domingos en los que dejé de salir porque los programas de TV la anunciaban. La sensación era tan parecida. Esta vez no habría Beta ni VHS, pero una vez más habría que estar atentos; no estábamos seguros si la tecnología sería capaz de devolvernos momentos que por distracción nos perdiéramos. ¡Qué ganas olvidadas de volver a estar frente a una pantalla!.
Quizá el mundo ignora que nosotros, los de entonces, pasábamos sábados y domingos sin salir de casa porque ella aparecería en la televisión. Uno no piensa que pasaran 3 décadas y que nunca más tendremos 10 ni 12 ni 15 años. No sé por qué no se prevé que un día el tiempo nos hará convertirnos -quizá ya lo somos- en cuarentones y, sin embrago, un sábado en medio de una pandemia seguiríamos emocionados por verla. ¿Qué magia tienes, Alejandra Guzmán, que detienes el tiempo? ¿Cuál es tu encanto o ese “hechizo de gitana” que hace que 30 años después estemos frente a una pantalla solo porque tú vas a aparecer?
Ese sábado estábamos ahí, como siempre, desde el inicio de la transmisión, desde el inicio de la carrera de La Guzmán. Nuestro fanatismo nos permitió ser testigos de los preparativos antes del show. Vimos a los músicos llegar, a los técnicos hacer su trabajo para que una mujer se transformará en diva, en reina, en Alejandra Guzmán sin dejar de ser Alejandra Guzmán.
Las nueve, casi las nueve. Había tantos nervios, emoción, esperanza y esta inexperiencia que por segundos nos hizo enloquecer. Muchos fans empezamos a llamarnos “¿estaremos haciendo lo correcto?”, “¿qué se ve en tu pantalla?”, “¿ya empezó?”. No queríamos perdernos ni un momento. Ahora me parece tan absurdo, tan loco, pero la noche del 11 de julio volví a temblar cuando por primera vez metí un usuario y una clave de acceso. No, no lo logré al primer intento y sentí que el mundo me aplastaba. Fueron solo minutos, pero la desesperación me consumió. Al final era la emoción de siempre, la emoción de fan.
¡La transmisión inició, al fin inició! Estábamos a punto de empezar un momento histórico, nuestro primer show virtual con Alejandra Guzmán.
Sí, sí, era La Guzmán a través de una pantalla, pero era ella, ella que traspasa barreras y tiempos y que no solo volvió en medio de una pandemia, sino volvió a ese momento de los programas en vivo. ¡Qué sensación tan rara y casi olvidada de saber que, lejos, quizá muy lejos, pero en ese momento ella estaba ahí!
Ella apareció; la descubrí guapísima. Delgada, vestida con falda negra, blusa de hombros escotados y zapatos de gran tacón. Era ella, ella que cantaba “Volverte a amar” con esa voz potente y única que solo le pertenece a ella. Alejandra con una elegancia de Reina se paró en un escenario que nos hizo vibrar al ritmo que ella marcó. La sensación era diferente, pero impactante. Y empezábamos a cantar cuando la transmisión falló. Casi media hora tuvimos que esperar: Problemas de una plataforma que evidentemente aún no estaba lista para esta realidad.
No, no esperamos pacientes, pero esperamos y ella volvió. Volvimos a escuchar “Hacer el amor con otro”, “Oye mi amor”, “Eternamente bella”, “Música ligera” entre otras. Y también vivimos la interpretación de una nueva canción: “..que soy mala hierba, la oveja negra eso ya es cuento viejo. Ser o no ser atrévete que tengas buena suerte..”
Alejandra bailó como la misma entrega de siempre; platicó, bromeó y se unió a un público que desde hace más de 30 años, no deja de aplaudirle.
Cantar y gritar por ella en medio de esta incertidumbre fue un respiro de tranquilidad, de emoción. Durante una hora y media se fue el miedo, el hastío, la desesperanza. Alejandra es una mujer que atraviesa pantallas para tocar corazones.
El concierto terminó seguía el After; y mientras La Guzmán hablaba lo comprendí: ¡Qué más suerte que la de ser fan de una mujer que había vuelto en medio de un mundo que lucha por no enfermar!
Todo fue distinto y aunque nada se compara con verte a ti, a ti, Alejandra Guzmán en piel y esencia, fue una experiencia que estoy segura, todos recordaremos.
La transmisión terminó; volvió el silencio. Poco a poco tuvimos que desconectar nuestros aparatos y apagar las computadoras, las pantallas y las bocinas. La tranquilidad de la noche regresó. Esta vez no hubo el grito de “otra, otra, otra” que nunca ha pedido una canción, sino que refleja la súplica porque no te vayas. Tampoco hubo el ferviente anhelo de tener el pandero de La Guzmán. No hubo movimientos intensos ni gritos desesperados por llamar tu atención. Tampoco las pancartas que demuestran cuánto te queremos. No es el momento. Hoy la salud de todos nos hace esperar.
Esa noche fui a la cama con un sentimiento profundo, quizá el que solo los fans reconocemos. Cerrar los ojos y verte una vez más.