También era 13 de marzo y si la memoria no ha hecho estragos en mi cabeza, tengo cierta seguridad de que era viernes; como hoy. Un programa de radio anunciaba que Alejandra Guzmán se había convertido en madre, fue hace 28 años.
No sé exactamente lo que la noticia provocó en mí. La verdad es que nunca pude entenderlo, ni siquiera hoy.
Ya no tengo esa sensación, pero todavía puedo recordar ese cierto enojo que recorrió mi sangre cuando en aquella televisión que todos los domingos se prendía en mi casa, el conductor confirmó que Alejandra Guzmán, la revelación de los 90`s, la cantante más exitosa del momento abandonaría su carrera porque prefería ser mamá… La noticia me perturbó.
Yo no tenía idea de lo que era llamarse “fan”, mucho menos que 28 años después seguiría tan atenta a Alejandra Guzmán; yo solo sabía que la admiraba, y la admiraba a tal grado y de tal forma que, por más irónico, fantasioso o absurdo que se escuche, también la quería, y la quería con ese cierto egoísmo de quien se enoja y se alegra por pensar en alguien, de quien empieza a creer que da todo sin darse cuenta que el ser fan empieza por no esperar nada.
Me costó trabajo reconocerlo, no volvería a ser la Alejandra Guzmán que me gustaba ver, porque creo que, si algo llamó poderosamente mi atención, fue esa artista que tenía una voz tan potente y unos movimientos tan desenfrenados que lograban el perfecto equilibrio entre el cielo y el infierno. Y era justamente la representación del infierno lo que me maravilló de La Guzmán, porque ella era sin límites, sin prejuicios y para algunos sin juicio, ella cantaba lo prohibido y se reía a carcajadas de lo establecido; así la miraba yo.
Alejandra lo abandonó todo. Abandonó su imagen, su carrera, su propio éxito, su vocación, hasta sentí que abandonaba a sus fans, por ella, por Frida.
Es ridículo, totalmente ridículo, pero me puse a llorar porque pensé que mi estrella no volvería al escenario y que si volvía no sería la misma. Y yo podía soportarlo todo –pensaba–menos que ella no volviera, menos que ella no fuera la misma… Dos años después descubrí que una vez más, en todos mis pronósticos, fallé.
Alejandra volvió y para mi asombro, cantó, cantó para ella, cantó con esa misma voz aguerrida y potente para su hija. Alejandra incorporó un halo de ternura a su propia agresividad y me pareció inmensa, gigante, eterna y con una fuerza que volví a reconocer como su esencia.
Fue toda una conmoción ver que esa rockera irreverente y agresiva se volvía humana, se volvía mujer y cargaba con una ternura infinita a su hija. Era la misma…. o no era la misma, ya ni yo lo sabía, pero era ella.
Me acostumbré a ver fotos y videos de madre e hija y empecé a querer a Frida, porque pase lo que pase Frida es el símbolo que constantemente me recuerda que La Guzmán es humana y es mujer. Frida reitera, todo el tiempo reitera que mi “idola”, sí mi “ídola” (porque aunque la palabra no exista Alejandra confirma que es mi “ídola”) enfrentó la crítica, los señalamientos, la posibilidad de abandonar la idea de ser madre y con 23 años emprendió una lucha por su hija, una lucha que aún no termina y que estoy segura, nunca terminará. Frida me recuerda que mi “ídola” nunca se hace pequeña y sola puede contra el mundo. Me recuerda que Alejandra Guzmán es una mujer tan completa que no necesita de mitades ni protecciones porque ella sola basta y sobra.
Ahora ya no tengo duda, Alejandra es la imagen de mil contradicciones, pero en todas ellas prevalecen la fuerza, el amor y la valentía.
Felicidades Alejandra Guzmán, hoy cumples 28 años de ser mamá y de demostrarnos que tú eres invencible y capaz de caminar sin miedos y, por si fuera poco, protegiendo a tu hija.