Cualquiera pensaría que ser fanático es un asunto divertido y, sin embargo, pocas cosas se alejan tanto de la realidad. Ser fanático, fanático de verdad, de corazón, a veces termina doliendo.
No sé si elegimos ser quien somos, pero sí sé que en nuestra elección definitivamente está ella. Es Alejandra Guzmán; para nosotros simplemente es ella, así, sin adjetivos, sin sobrenombres, éste es un sentimiento tan grande que es necesario vivirlo porque explicarlo no se puede.
El pasado 16 de octubre Alejandra Guzmán llegó a Perú, a la tierra del Imperio Inca, el lugar donde el mismo Sol dio origen a una civilización que sin duda, sigue brillando.
Son peruanos y son los mismos que hace tiempo esperaron más de 15 años por ella, por su Diva, y que después, año con año siguen ahí, atentos al reloj y a ese avión que no llega, ese avión que tarda, ese avión que la trae de regreso.
El concierto se anunció seis meses atrás; serían dos presentaciones: el 17 de octubre en Lima y dos días después en Ica. Los peruanos, como siempre, esperaron sin dejar ni un solo día ni una sola noche de amarla. ¿Cuántas veces la habrán pensado, cuántas más la habrán soñado?
Desde la tarde del 15 de octubre llegaron al aeropuerto porque la poca información los hizo correr. Ella no llegó, pero a ellos poco les importó que la confusión los hiciera ir un día y regresar al otro cargados de flores, regalos y esperanza. Ellos, los fans peruanos, son capaces de vencer cualquier adversidad y demostrar una y las veces que sea necesario que el tiempo, la confusión y esa espera que parece nunca terminar, en nada se compara con su infinito amor por la Eternamente Bella.
Así fue. Al otro día estaban una vez más en el aeropuerto. La esperaron cantando, aplaudiendo, gritando – y también en silencio- hasta que por fin: ella apareció. Y todo fue euforia y lucha, por supuesto, la siempre lucha contra el tiempo que lejos de detenerse cuando ella está, avanza con tanta prisa que apenas y se puede respirar. No es exageración escribir que su corazón latió con tanta fuerza que, a más de uno, la emoción los hizo temblar. Y el intento por que ella escuche cuánto la aman se complica, pero ellos no dejan de decirlo ni un momento, aunque su voz y su alma se quiebren, el grito de: “Ale te amo, Ale te amo”, los vuelve tan fuertes que, junto a ella, también son eternos.
Y a veces hay suerte y Alejandra los mira y otras más el momento se convierte en milagro y ella firma discos o posa para esa “selfie” siempre borrosa, siempre movida, siempre desenfocada, siempre maravillosa, siempre llena de amor. ¡Para esto se vive!
Claro, ser fanático parece alucinante, pero tal vez lo que muchas veces ignoramos es que estos fanáticos peruanos durante semanas y por propia iniciativa organizaron fiestas de promoción, repartieron volantes en las calles porque estaban decididos a mostrarle a su país que Alejandra Guzmán es grande, visitaron programas de radio y no se cansaron de grabar videos para inundar las redes sociales con anuncios del concierto; mandaron a hacer playeras, chamarras, lonas y banderas para celebrar que La Guzmán estaría con ellos. Los fanáticos se preparan -a veces durante meses- solo para verla unos minutos en un aeropuerto y de lejos en un concierto y, sin embargo, estoy segura que todos ellos lo volverían hacer aunque no fuera necesario. En ellos la locura y el amor se confunde.
El concierto en Lima e Ica estuvo lleno de emociones y nos hizo creer todavía más en un país que no olvida, un país que sabe esperar, un país que sabe amar.
No sé qué magia tiene Alejandra Guzmán que los peruanos retan al tiempo y le demuestran al mundo que su amor no tiene límites. Quizá es la misma magia de un pueblo que protegido por el sol brilla tanto que siempre deja un camino iluminado para que su Reina vuelva.
El 20 de octubre Alejandra regresó a casa, pero siempre acompañaba de esos fans que la siguieron hasta que las paredes del aeropuerto se volvieron una verdadera barrera entre ellos, el tiempo y ella. Esos fans que tantas noches no durmieron porque debían levantarse a cumplir un sueño.
Abandonar el aeropuerto no fue sencillo, era cerrar esta nueva aventura y nunca se está verdaderamente listo para hacerlo. Algunos de ellos salieron en silencio, sus manos ya no cargaban flores ni regalos, era momento de volver a la rutina. Sé que miraron al cielo, quizá imaginando que cualquier avión la alejaría de ellos o quizá agradeciendo a Dios o al Sol haberla visto una vez más.
Ser fanático no es fácil, pero los que lo somos, los que ya no podemos evitarlo, no imaginamos nuestra vida sin ella, sin Alejandra Guzmán.
Estoy segura que estos días en Perú se respirará una especie de nostalgia, ella ya no está, y hasta el más insignificante detalle provocará un recuerdo junto con la publicidad que un día la anunció y hoy demuestra que se ha ido; así será hasta que el Sol vuelva a encender la esperanza en cada corazón peruano y la sensación de incertidumbre por la eterna pregunta “¿hasta cuando volveremos a verte, Alejandra?”, vuelve a tener certeza.
¡Gracias Perú por contagiarme de tanto amor!