La Guzmán Textual

Alejandra Guzmán y Frida Sofia

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Temperamento y fuerza con carga Guzmán: ¡La pasión también se hereda!

Mayo 2019

La conocimos desde antes que naciera, sí, desde antes. Ella se volvió especial y casi podría decir que todos nosotros, sin excepción, empezamos a quererla.

Me acuerdo cuando en ese programa televisivo de todos los domingos, el locutor dijo que Alejandra Guzmán estaba embarazada.

A casi 30 años de la noticia, todavía no entiendo muy bien lo que sentí. Creo que desde mi profundo egoísmo pensé que Alejandra no regresaría nunca más a cantar y yo, con apenas 10 años, lloré por tan insoportable presentimiento. Pero nada fue así.

No sé cuánto esperamos para verla de nuevo, pero a mí se me hizo una eternidad. Durante esos meses (que para mí significaron años, lustros) compré toda publicación que demostraba que en Alejandra Guzmán vivían dos almas.

Fue en marzo de 1992 cuando nació Frida Sofía. Las luces del espectáculo la iluminaron desde niña, desde que la familia Guzmán Pinal opinaba entre risas y lo que se notaba, era amor, el nombre de la nueva integrante de la dinastía.

Alejandra Guzmán apareció en televisión a mediados de 1992 con su pequeña niña en brazos. La imagen revelaba una extraña combinación: La escandalosa rockera, la que había convivido con los excesos y el éxito y la mujer que abandonaba el punto más alto de su carrera para convertirse en madre. ¡Qué diferente, qué hermosa me pareció La Guzmán con esa intensidad envuelta en ternura, con esa mirada que escondía su esencia contestataria y rebelde en un abrazo maternal! Sí, eso era, Alejandra se había convertido en madre y lo sería para siempre.  

El disco Libre marcó la nueva imagen de una Reina que ahora también era madre. Por primera vez escuché Te esperaba; y otra vez no entiendo qué sentimiento me provocó.

Alejandra no era, ya no era esa alocada estrella, ya no era esa desenfrenada Rockstar ahora cantaba al verdadero amor, a la esencia de Dios en la tierra, al amor más profundo y desinteresado: cantaba a su hija.

Y después de todo, algunos se atreven a decir que ella no compuso la letra y pretenden quitarle mérito a la interpretación ¡qué ironía! como si uno solo tuviera derecho a expresar o sentir lo que crea. Al menos en mi caso, las mejores cosas que han definido lo que siento, resulta que no han sido escritas por mí.

Yo no sé, no sé si la idea fue o no de Alejandra, pero sí sé, porque lo he visto, con qué emoción La Guzmán ha cantado por y para su hija, he visto, desde hace más de 25 años a una Alejandra que sigue llorando mientras su corazón canta: Yo te esperaba imaginando a ciegas el color de tu mirada… He visto a una Alejandra Guzmán declarar que una llamada se convierte en un grito de ansiedad por escuchar a su hija, a una Alejandra que declara que la cura a sus problemas de salud se llama Frida, a una Alejandra que promete a su única niña que lo que sucede es el principio y no el final.

Y a la vez, cómo olvidar a una Frida que comparte sus oraciones desde Instagram mientras enciende una veladora y reza al cielo por la salud de su madre. A una Frida que busca la ayuda de la Madre de Dios porque entiende que solo ella, la Virgen de Guadalupe, podrá interceder antes Dios por la salud de su madre. Una Frida y una Alejandra que comparten tatuajes, apellidos, dolor, alegría… amor.

Sé muy bien que la relación padres e hijos no es fácil, he escuchado tantas veces: “No hay escuelas para padres, nadie enseña a ser padres”, pero al mismo tiempo, tampoco hay escuelas para hijos, tampoco nos enseñan a serlo.

Y después de todo, estoy convencida que, por más malos entendidos e interpretaciones que cada uno tenga de la vida y de las complejas relaciones humanas, el amor siempre se asoma.

No soy indiferente ante las mil declaraciones de amor (porque estoy segura que son de amor) que Alejandra Guzmán hace sobre Frida. Las veces que la nombra como su “persona favorita”, las dedicatorias en sus discos, las innumerables fotos en las que las vemos de la mano, la complicidad en sus miradas. No puedo negarlo, pero 27 años después todavía me parece raro que exista una persona, una única persona en el mundo que pueda llamarle “mamá” a Alejandra Guzmán. Todavía me parece insólito que detrás de su rebeldía, esa Alejandra Guzmán que tantas veces hemos visto con una fuerza que parece descomunal, se haya entregado a la maternidad.

Y por supuesto, qué decir de Frida, nuestra Frida, nuestra eterna niña, porque ha terminado siendo también nuestra, porque no nos es indiferente, porque he escuchado a cada uno de nosotros declarar que también la quiere, la queremos.

Frida, quien hereda el temple, la belleza y la garra de una familia donde la mujer se vuelve fuerte para luchar, si es preciso, contra el mundo.

Frida, Frida que dejó de ser una niña, Frida que no toleró las críticas a su madre y una, dos, tres… innumerables veces gritó para defenderla.

A Alejandra, a Frida se les crucifica por ser ellas mismas, se les ataca sin mesura, se les exige como si ambas nos hubieran prometido algo. Nada, creo yo, nada nos deben, al menos a mí no, a mí nunca. Yo las quiero, a ambas, como son.

Y es que cómo no creer en ellas, cómo no ver en ellas ese amor sin explicación que existe, que vive entre padres e hijos, porque ¿quién no ha sentido que le ha fallado a sus padres, que le ha fallado a sus hijos?, ¿quién no ha esperado más de los otros y sentirse defraudado, para después entender que en ocasiones el amor también tiene fallas, también tiene excesos?

Dicen que están distanciadas, pero yo no creo en distancias eternas cuando he visto que Alejandra Guzmán es capaz de levantarse furiosa de una entrevista porque ha entendido, ha interpretado que alguien fue capaz de faltarle al respeto a Frida. No creo en distancias eternas cuando he visto a una Frida convertida en una verdadera guerrera, capaz de echarse encima a todo un país entero por defender a su madre. No, yo no lo olvido.

En redes sociales todos somos terapeutas, expertos, críticos, perfectos… No sé qué exista detrás de Frida y Alejandra, pero aún me conmueven y me llenan de emoción todas esas imágenes en que más que una guerra declarada, demuestran una complicidad que estoy segura, solo tienen un nombre: ¡Amor!

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