Arena México. 22, 23 y 24 de junio. Ciudad de México. 2017
Temperamental, sensible, apasionada, diva, cantante, bailarina, Alejandra Guzmán; su nombre encierra el adjetivo más grande: Artista.
Sí, ella sí es una artista innata, formada y consagrada. Aún el escenario de la Arena México en la Ciudad de México fue insuficiente para contenerla. De voz imponente y firme personalidad, Alejandra deslumbró una vez más a sus fans y demostró, incluso ante sus no fans, lo que significa ser un verdadero referente de la música en México.
Bailando como solo una bailarina que conoce la técnica podría hacerlo, Alejandra combinaba pasos de ballet clásico con movimientos rockeros, mismos que poco a poco se han distinguido como propios de nuestra artista. Elegante, sensual y agresiva en un mismo espacio y tiempo, Alejandra fue capaz de “dibujar la música” con sus propios pies, con sus brazos, con sus manos, como si cada uno de sus movimientos estuvieran en perfecta armonía con el sonido, con el espacio con el universo.
Sin arrastrase ante nadie, sin aventarse a un público ni usar discursos elaborados y faltos de ejemplo, La Guzmán brilló con lo que es, con lo que puede hacer y con un talento revelador de una magia que sigue estando intacta.
La entrega de la Eternamente Bella la ha hecho Eterna, simplemente Eterna. Sé que nosotros, sus fanáticos, hemos descubierto a una cantante honesta, sincera, consecuencia única de sí misma y de nada ni nadie más. Nosotros admiramos a una verdadera estrella. Una estrella que brilla en un escenario y fuera de él con la misma intensidad. Vemos en Alejandra a una mujer que no cubre su esencia, a una mujer que no tiene máscaras ni escudos. Vemos a una mujer que no interpreta a la perfección ningún papel, porque justamente lo que nos ha atrapado es su envidiable naturalidad.
Alejandra no es producto de ningún guion, tampoco está hecha de humo que se desvanece, ni de juegos artificiales que terminan siendo sólo eso: artificios. Alejandra es real, es resultado de un pasado que no busca evadirse ni esconderse, Alejandra no necesita que olvidemos ni un solo momento quién es ella.
La Reina de Corazones quiebra nuestra tranquilidad, estremece un escenario y estremece nuestro corazón. Cada grito, cada aplauso que ella provoca es totalmente merecido y siempre termina siendo poco en comparación con lo que ella entrega, con lo que ella merece.
Su irreprimible voz no dejó de escucharse en aquel recinto durante tres días seguidos. Potente de principio a fin La Guzmán no necesitó más canto que el que salió de su poderosa garganta; y con autoridad marcó el ritmo que debimos seguir. No fue opacada por gritos ni coros ni permitió que el público terminara sus canciones. Alejandra había llegado para cantar, para bailar, para enloquecer, para romper vacíos y silencios y en todo momento demostró que podía con la responsabilidad de ser diva, de ser inmensa, de ser ella misma.
¿Que hemos gritado poco? Alejandra no se debe a los gritos desmedidos ni al aplauso sencillo. Alejandra se debe a su indiscutible talento, a esa autenticidad que difícilmente será entendida por los demás. ¿Qué no hemos aplaudido lo suficiente? Quizá ustedes no saben que el aplauso que iniciamos desde aquella primera vez en que la vimos, no ha terminado aún.